El aislamiento garantiza mejores condiciones de habitabilidad en una vivienda, pero ¿puede existir un nivel excesivo de protección en este ámbito? ¿Cómo determinar cuál es el nivel de aislamiento óptimo?
Si ese grado se supera, la consecuencia es un aumento en el consumo energético y en el coste de inversión que no se compensa con el ahorro de energía. Sobrepasar ese límite es situarse por encima del grado de aislamiento óptimo.
¿Cómo se calcula el aislamiento óptimo?
La clave para aislar de manera correcta un edificio es atender al coste “óptimo” y el impacto ambiental mínimo, es decir, calcular el coste que supone aislar ese edificio, la energía consumida por el edificio y, de manera paralela, analizar qué impacto económico supone instalar ese aislamiento, a lo que hay que sumar el propio impacto de la energía consumida por el propio edificio.
Los cálculos se basan en las Declaraciones Ambientales de Productos (DAP). Además, a todo esto hay que sumar distintos criterios que se pueden considerar en el aislamiento: efecto invernadero, impacto sobre la energía primaria, acidificación atmosférica, agotamiento de recursos abióticos… En conclusión, no hay un único valor de nivel para aislamiento óptimo, sino distintos criterios que se tienen en cuenta y que hay que minimizar por su impacto.
¿Qué aprendizaje se puede obtener de las experiencias prácticas?
Muchas experiencias reales han validado cuál puede ser el grado de aislamiento óptimo para un edificio, atendiendo a sus condiciones estructurales y la cantidad de energía que consume. En ellas se comprueba que el aumento en el nivel de aislamiento nunca es producente en la reducción de la demanda y el consumo de energía final.
Cuando se alude al criterio económico es posible que un mayor coste de inversión no se compense con la reducción de la factura de consumo energético. Con el criterio ambiental como único aspecto a considerar, más aislamiento es sinónimo de beneficio ambiental.
En definitiva, un aislamiento óptimo no es el que proporciona un coste mínimo, sino el que permite un impacto mínimo cuando la demanda energética del edificio es nula, y con ella también el consumo.